Abel Pacheco (26 años) nunca imaginó que un día iban a aplaudirlo por trabajar. Mucho menos que iba a recibir más de $100 de propina por cada viaje. La cuarentena lo logró. “Fue sorprendente”, dice. Él es uno de los tantos cadetes que durante la pandemia se convirtió en un eslabón esencial para llevar desde elementos de limpieza o farmacia hasta alimentos.
No fue fácil. Abel trabajó hasta 12 horas por día seis veces a la semana. “Mi meta era pegar el boom y progresar”, explica el repartidor, que vive junto a su mamá y a sus tres hermanos en Los Pocitos. Su meta era construir un salón para que su novia diera clases de danza árabe y un negocio para vender accesorios.
Al principio de la cuarentena hubo más demanda, pasó de entregar 200 pedidos por semana a 350, logró duplicar su sueldo y hasta compró dólares para ahorrar. “Decidí trabajar más porque sabía que no iba a durar para siempre”, explica. El tiempo le dio la razón.
Sufrió dos robos en 25 días mientras trabajaba. Tuvo que gastar en un celular. “Que nos asaltaran fue muy común. Nos quedamos solos en las calles. Nos han robado una moto por semana”, dice. Al menos dos colegas suyos murieron este año tras un robo, informa la Asociación Sindical de Motociclistas, Mensajeros y Servicios (Asimm). La reapertura de la gastronomía también jugó en contra, porque disminuyó la cantidad de pedidos. Y hubo más cadetes: Asimm calcula que alrededor de 2.000 trabajadores se sumaron desde marzo.
Por ahora el "progreso" deberá esperar: “la plata, por más que esté en dólares, no me alcanza. A veces me deprime ver que trabajar deja de ser una posibilidad para salir adelante. Los gobiernos dicen: hagamos el esfuerzo. ¿Qué más quieren? Pagás impuestos pero hace calor y te quedás sin luz; salís a la calle y te roban; llueve y te inundás; vas al súper y no te alcanza".